Jeannette Ramos Vega
27 días: La costumbre de amarte
Treinta y cinco años después, nos encontramos en el pasillo de nuestra casa a las tres de la mañana, y me doy cuenta de que hace más de veinte años que no te miraba a los ojos, no te observaba, no te encontraba. Parece que hemos ido cambiando juntos, alejándonos juntos, enfriándonos juntos. Esos segundos en el pasillo en una madrugada cualquiera me han hecho cuestionar mil cosas en las que nunca quise pensar. La casa estaba oscura y fría, reflejando lo que somos hoy: solos después de haber criado hijos que se fueron sin darse cuenta de la soledad abrumadora que dejaron atrás. Sin saber que al dejarnos solos, nos obligaron a enfrentar nuestras luchas pasadas, nuestras frustraciones antiguas. Todos los temas que dejamos en espera, que ignoramos por décadas, estaban ahí, colgados de las paredes esperando por nosotros.
No recuerdo la última vez que nos miramos con deseo, o nos observamos de lejos. Los besos apasionados se guardaron en un armario, y allí han estado desnutridos, solos y olvidados. Nuestras conversaciones siempre giran en torno a los demás, sobre todos y todo, menos sobre nosotros. He adoptado nuevos intereses que me mantienen comprometida con el amor por mi hogar: las cortinas, las alfombras, los desayunos y las cenas en familia han sido mi soporte.
Me miro al espejo y veo la mujer que soy, pero detrás de mí hay una sombra tenue de la mujer que quería ser, la que imaginaba cuando era pequeña. Ninguna es mejor que la otra, pero somos diferentes. La vida me llevó por rumbos que nunca imaginé, dejando algunas cosas para después. He ido creando el mundo perfecto que otros me describieron: el hogar ideal, el matrimonio duradero y sólido, la familia que todas soñamos. Quejarme me hace sentir inepta, así que no llamaré a esto una queja, lo llamaré un desahogo.
Me he sentido mujer, he creado mis propios escenarios para sentir que todas las cosas están en su lugar. Sin embargo, nos olvidamos de nosotros, aquella pareja que emprendió este camino hace tantos años debe estar en algún lugar de la casa, observando. He perdido la cuenta de cuántos "te amo" nos hemos dicho, cuántas luchas hemos ganado juntos, cuántas derrotas hemos llorado juntos. Nos hemos convertido en los mejores amigos que duermen juntos, que se levantan juntos y se protegen. ¿Amándose?
Todo se transforma. La nieve se derrite pero siempre vuelve para obligarnos a abrigarnos y entender que somos ciclos de calor y frío. Nos escogimos para ser abrigos, y así hemos vivido juntos todas las estaciones de todos estos años.
En medio de este pasillo oscuro, te he mirado, pero ha sido tan fugaz el encuentro que no me he percatado si tú me miraste a mí. Regresamos a la cama a esperar dormidos que llegue la mañana. Cuando salga el sol, seremos esto que nos ha mantenido juntos, en mi caso, posiblemente no ha sido otra cosa que la costumbre de amarte.